HÉCTOR COBAS

SUEÑO


Oigo una voz: “Sígueme, te mostraré lo que está preparado para ti, para que puedas pasar de las tinieblas a la luz”. Aparece un reloj. Las manecillas giran rápidas. Detrás del reloj se dibujan unas figuras semejantes a monjes budistas tibetanos frente a una computadora y al costado unos gruesos códices manuscritos, un libro de Arthur Clark y otro de Baudrillard. Las caras de los monjes se descubren atónitas. Toda esta escena rodeada de un cielo nocturno, donde las estrellas se van apagando lentamente.
El sueño rápidamente se esfumó y el estado de vigilia me devolvió a esa dura cama en que cada noche encomendaba mi cuerpo. Traté por todos los medios de mantener las imágenes del sueño en mi mente despierta, ya que su espejismo me había dejado bastante consternado, vislumbrando en esas imágenes un profundo simbolismo, más rayano a una visión, que a un simple sueño. Era evidente que la lectura de Baudrillard, el día anterior, me había dejado bastante pensativo. Los nueve mil millones de nombres de Dios, tarea que los monjes budistas, durante siglo habían asumido escribir en los códices, se adherían a un anuncio que profetizaba, de que al completarlos, el fin del universo estaría sellado. El tiempo real en que se consumaría la tarea se extendería indefinidamente, por la lentitud del procedimiento y con ello también la duración del universo. Pero el cuento de Arthur Clark le destinó una computadora, con técnicos de IBM bastantes incrédulos de las opiniones de los monjes budistas. Los nombres de Dios surgieron vertiginosamente en la pantalla del ordenador y en un corto lapso de tiempo, la nómina se completó. Y los consternados monjes y técnicos empezaron a observar como las estrellas se iban apagando una a una. Toda esta historia se había adueñado de mis pensamientos que surgieron a borbotones desde mi inconsciente, dispuestos en imágenes que fui recomponiendo en una ardua tarea, tratando de ordenarlos en un todo coherente. Pero me surgía una pregunta ¿qué fondo oscuro ocultaba el sueño? ¿Qué otra cosa querría decirme? ¿Tendría que recurrir a un analista para qué lo interpretara? Como sigo siendo abstemio al psicologismo, traté de darme yo mismo una explicación. Varias ideas se encontraban ocultas y me empeciné en descifrar esas imágenes-signos. La idea primordial fue la de tiempo. El tiempo era un rasgo invisible en que se movió silenciosamente la construcción del sueño, aunque sabemos que la experiencia del tiempo no se hace manifiesto en los sueños. Es algo que rescato desde mi conciencia del sueño. La otra idea que atisbo es el pasaje de las tinieblas a la luz. Y por último rescato, la idea de término y de fin, apareada a la idea de caducidad de los cuerpos y por qué no a la extinción de mi propio cuerpo, se compendiaban en esa concepción apocalíptica, en la cual descubriendo el último nombre del Ser absoluto, como lo abarcador y ordenador del universo, los entes individuales se desvanecerían sumergidos en esa totalidad. Esas nociones explicativas fueron bastante tranquilizadoras para mí. Eran los devaneos del pensamiento filosófico abstracto transpuesto en imágenes y ficciones literarias arrancadas de la mística.
Me propuse darle forma de cuento o narración escrita, que llevaría por título
LOS SUEÑOS QUE OTROS CREAN, DESOCULTAN MIS PROPIOS SUEÑOS.

También me pedirían que escriba una sucinta biografía:
El autor nació en un apartado pueblo de la Provincia de Bs. As. , fue llevado desde muy pequeño a vivir en un barrio del Gran Buenos Aires, donde pasó toda su juventud y que a pesar de los grandes esfuerzos que realizó, nunca alcanzó plenamente la madurez. Trató de estudiar filosofía en forma sistemática en las sedes oficiales destinados a tal efecto, pero nunca llegó a concretar un título que lo habilitara como filósofo pensante. Las causas se ignoran, pero según algunos se debieron a su mente poco práctica, mientras que otros se lo adjudican por haber seguido el camino de malgastar el precioso tiempo de estudio, en construir fantasías utópicas en sombríos bares del suburbio bonaerense. Lo que sí, queda establecido, que se refugió en Miramar y en la actualidad emplea sus ocios, alternando sus quimeras con prolongados períodos contemplando el mar, teniendo la sospecha, que el nombre del Espíritu absoluto permanecerá oculto y que el afán de los humanos por revelarlo será infructuoso, y que tendrán que conformarse con perseguirse a sí mismos, a través de sus propios sueños.

Senén Rodríguez Perini

En ese hueco oculto a todos, detrás de la pequeña y gruesa puerta de madera maciza, el cuerpo mantenía una postura encorvada con la piel negruzca pegada a los huesos formando arrugas lineales irregulares que lo hacían especialmente dantesco. El cráneo aún se mantenía en su sitio sostenido por restos de cuero cabelludo con algo de pelo blanco en las sienes y la nuca. Las cuencas vacías parecían morbosamente decoradas con algo de cejas y piel putrefacta mientras la desencajada quijada estaba a punto de caerse.

Llamaban la atención esas manos como garras negruzcas sin uñas – se notaban arañazos en las paredes del cubículo que sugerían intentos desesperados de libertad - seguramente se las había arrancado rascando la madera y el cemento al quedar atrapado.

La luz de la linterna apenas lograba ver esa momia, no había sido fácil llegar hasta ese alejado rincón en medio de infinidad de otros objetos abandonados en el pequeño cubículo. Era fácil ver que hacía mucho que nadie pasaba por el sitio. Un típico aroma de humedad acompañaba cada movimiento. Más allá de la sorpresa, el hallazgo revivió en cierta forma su pasión por lo antiguo que de joven lo había llevado a estudiar arqueología.

Asombrado miraba el descubrimiento que jamás hubiese pensado encontrar en esa zona, mirando todo lentamente, intentando guardar en la retina cada detalle, cada pequeño signo.

Increíblemente por fin vio ese anillo grueso de oro en el anular de la mano izquierda junto con otro de plata, más grueso, coronado por una piedra de obsidiana blancopálida en el meñique de la misma mano.

Fue el dato fundamental que permitió datar el hallazgo con total seguridad, incluso ahora podría definir la identidad de la momia.

Solo para confirmar las sospechas dio vuelta el cuerpo momificado y en lo que había sido la cintura pudo ver restos de ropa atados con una simple cuerda anudada con triple nudo, lo que era una típica costumbre de ese sujeto en su tiempo.

Lo que intuía, contra todo pronóstico, estaba confirmado.

Con gran dificultad retrocedió por donde había venido, buscando aire fresco.

Se detuvo y respiró profundamente.

Ya repuesto de tanta emoción gritó a su compañera con toda la fuerza de sus pulmones:

-¡Martaaaaa! ¡Martaaaa! ¿Dónde estás? – la voz rebotando en las paredes generaba un eco lúgubre –

- ¡Estoy aquí afuera, de donde me estas gritando, apenas te escucho!

- ¡Arriba, aquí arriba, en el galpón viejo, en la buhardilla!.

- ¿Qué querés?

- Fijate que siempre estuvo aquí, no se había ido de vacaciones ni salió con nadie… ¡con razón la policía nunca supo nada!

De abajo la mujer le preguntaba a los gritos porque no entendía demasiado:

- ¿De que hablas... qué me estas diciendo?

- ¡Que tenemos que limpiar más seguido... ¡encontré al abuelo carajo, encontré al abuelo!

Pascual Marrazzo

No permitas que nos alcance

El mañana llega y se suicida a las doce de la noche. Como un tren que se tropieza con el tiempo, arrasa las horas que escapan de los rieles desnudos. Una boca que traga la luz y la oscuridad, el ruido y el silencio. No esperes a que nos devore, regálame unas horas sin minutos, que se puedan expandir en la fantasía. Donde el mañana siga siendo hoy, porque es hoy que tu perfume me entra por los poros y lo oigo pasar. Es ahora que tu aliento encadena nuestros labios y escucho caer una de tus sandalias y la otra... El momento exacto en que tus piernas me abrigan hasta el final de las vías, sin más estaciones donde parar.

Senén Rodríguez Perini

Una madrugada, un carbonero


En una madrugada fresca - no fria, apenas fresca - la primavera de 2011 en Calella, pequeño pueblo costero de Catalunya, Nación ocupada por España hace mas de 500 años, me despertó una voz juvenil, carrasposa, una voz “de vino”, que rebotaba en los techos de todas las casas, en los edificios, en los muros de los apartamentos, en los árboles, en todo, y se agotaba en el infinito, una voz que yo conocía por su tono, por la pronunciación de determinadas letras, por el dolor y la soledad que contenía su canto, una voz claramente uruguaya que cantaba-gritaba-reclamaba: “Peñaroooooolllllll Peñarooooolllll... que grande sossssss, como te quieroooooo, co-mo-te-quie-ro.... Peñaroooooolllll” y repetía el canto aurinegro por las calles vacías esa madrugada fresca cuando el reloj marcaba cinco menos cinco y alli recordé que el aurinegro jugaba un partido importante por la Libertadores y como teníamos una diferencia horaria de cinco horas, en Montevideo era casi media noche y seguramente el viejo Peñarol había ganado y la mitad del pais oriental estaria festejando en la propia tierra o desparramados por el mundo como estornudo de mellado - que asi estamos desde hace tantos años - y este paisano era uno de esos del medio pais desparramado que venía de festejarlo en la casa de algun otro uruguayo o argentino o boliviano, que en el exilio la patria latinoaméricana es una sola, se puede sentir en las tripas sin necesidad de ningún discurso, porque los “sudacas” de todos los colores somos uno, nos sentimos naturalmente uno en la vida del exilio y él lo seguía festejando por el medio de esa calle catalana solitaria, fresca, absolutamente silenciosa, atronando con su canto a capela “Peñarolllllll, Peñarooooolllll que grande sosssssss, como te quiero, como te quiero Peñaroooooollll Peñaroooooolll” subiendo y bajando los decibelios y afirmando la voz con cada pisada - porque se sentían claramente las pisadas de este solitario cantor de la noche al que no precisaba ver para saberlo con altos niveles de alguna bebida espirituosa en sus entrañas - y asi llegaron la voz y las pisadas hasta la esquina y pasaron y siguieron y se fueron alejando y alejando y “Peñaroool, Peñaroool, Peñarooooollll como te quiero Pe-ña-rooolll” quedó resonando en las calles vacías de la pequeña ciudad mediterranea en la costa catalana donde la mayoría de los vecinos no podia saber cual era el motivo para que ese hombre fuera despertando a todos con sus cantos y gritos de alegria, más aún, seguramente muchísimos ni siquiera entendieran el castellano, solo escuchaban a otro ser humano alegre y pasado de alcohol que vociferaba sus asuntos mientras cataratas de puteadas y maldiciones en catalan, en castellano, en dialecto mandinga y otros idiomas africanos, en voces latinoamericanas variadas, en voces europeas variadas, en voces asiáticas variadas – que Catalunya es un crisol de nacionalidades - una lluvia inmensa de groserias salia de todas las casas, de todos los edificios, de todos los balcones, maldiciones que yo imaginaba como invisibles papelitos de colores dando vida a las calles solas, acompañando el paso del solitario hincha en su festejo, algo dificil de entender para los otros humanos mal dormidos, algo inesperado, realmente surrealista, un imbecil despertando a todo el mundo en plena madrugada con ese grito que para mi sí era descifrable, porque era el sonido del dolor que conocemos los que por este o aquel motivo tuvimos que exilarnos de nuestra tierra, ese grito de “Peñaroooooollll Peñaroooollll, que grandee sooooossss, que grande sooooooss, Peñaroooool Peñarooooll co-mo-te-quie-ro Peñaroooollll”, que podia ser Nacional o Defensor o cualquier otro equipo latinoamericano, pero esa noche era Peñarol, ese grito de alegría mentirosa, porque en realidad es un inmenso aullido de soledad, un himno al desarraigo, al dolor que se lleva muy adentro, a la rabia contenida, a la soledad impresionante que no se puede trasmitir ni transferir ni abandonar y que nos tiene siempre abrazados casi hasta la asfixia y por eso el grito de “Peñaroool que grande sos como te quiero Peñaroool”, ese lamento disfrazado nace en las vísceras del hombre y retumba al salir por la garganta rompiendo misteriosamente por unos instantes esas inexistentes cadenas que nos parece sentir en el tobillo anclándonos a una tierra que aunque podemos quererla muchísimo, no es aquella y con esa misteriosa magia tambien transforma la realidad mientras dura el canto y la euforia y nos permite sentir en el alma casi como si estuvieramos entre todos, con los nuestros, en la Plaza del Entrevero, en pleno centro de Montevideo, en el frio del otoño del sur, entre la niebla que oculta los plátanos que pierden sus hojas, sintiendo el revolotear de las palomas asustadas por el bullicio, empujadas por el viento salitroso, fresco, con ese inconfundible olor a puerto tan integrado a nuestro Ser, mientras la nostalgia y los recuerdos nos invaden y el “Peñaroooll, Peñarooooll, como te quieroooo Peñarooooll” se va haciendo cada vez mas inaudible a la distancia, pero no cesa, jamás cesa porque sigue resonando en nuestra cabeza como toda la vida lo ha hecho, como lo hace hoy y lo hará con toda seguridad mañana.

Daniel Montoly

RABO DE NUBES

Para mis amigas/ que vuela...

Dicen que ella resplandecía/ como una estrella aunque afuera el sol exhibiese el ego más bastardo/ porque tenía los pies enclavados en un diamante/ pero cuando un mendigo la encontró tirada encima de una nube/ ella se estremecía del frío/ el pobre hombre la abrigó/ la hizo suya/ como solo se abraza la verdad/ una sola vez en la vida/ y ella/ desde entonces/ vuela/ vuela…/ y escribe cuando vuela…/

Pascual Marrazzo

Me desarmo



Mi cuerpo que no piensa, ante el tuyo se desarma, se le pierden las piezas más vitales. Ruedan mis ojos sobre tu piel. Desde la punta de tus pies buscan las sendas de tus rodillas, se enmarañan en tu pubis, se acunan en tu ombligo, descansan. Mi lengua que viene galopando detrás, los expulsa, vuelven a rodar, ahora hacia las cimas oxidadas de tus pechos. Pero ella no les da tregua, los persigue, ruedan en tu boca, ya los tiene. Dos labios apasionados se cruzan en su auxilio y se funden en tus ojos. He perdido las manos, los dedos sueltos, desparramados, se hunden en tus nalgas. Se escapa mi cabeza tras la quemadura de un collar de besos ardientes y siento, como un corazón caliente me roba el sexo

Susy Quinteros

El ángel de mi abuela me visita.


Me habla de semillas, pájaros, aleros, cascaritas de pan, pañoletas negras, vasos licoreros en estaños de invierno.
Escucho sus pasos, el tropel de trenes en paraderos destinados, las trancas de la noche, escándalos de pluma y sembradío en las mañanas.
El ángel de mi abuela me visita.
Trae ojos de agua con luces del arroyo, parcelas con vertiente, perfume de duraznos y rosales que aquietan sus pétalos, cunas con hijos, sabores de frutilla y de canela.
Escribe secretos en todos mis papeles, dice lo que no debe, abre las puertas de su corazón, deja cartas de seda en mis almohadas.
El ángel de mi abuela me visita.
Llega cuando la tarde cambia su amarillo por los rojos y se columpia en los gajos del aromo. Descuelga vestidos solitarios, la copita de anís, un rayo de sol guardado en el rodete, el tapado que llora en el ropero y una gargantilla de rosas deshojadas.
Y vamos él y yo, el ángel y mi abuela, hacia el puño cerrado de sus días en la casa grande de los techos altos, donde ella, la hija de los campos, vivió entre jardines, las lluvias, los caballos, las mirillas verdes del Gená.



(Gená: arroyo de Entre Ríos, cercano al campo en donde nacimos mi abuela y yo)