HÉCTOR COBAS

EL MUNDO DE LOS SUEÑOS.


Creo que los sueños son la sustancia de la psiquis, es decir ya han dejado de ser las manifestaciones de un más allá que los dicta y que están relacionados a mi destino personal, para pasar a ser interpretados desde otros ámbitos, como los intereses del inconsciente cuando el estado de vigilia se repliega y ya no estoy atento en disimular la vida de los instintos y del mundo condicionante de lo normativo. Por eso tal vez, para una mejor comprensión, sea más ventajoso el poder instalarme en esa zona que Bergman ha llamado la hora del lobo, donde lo consciente se funde con lo inconsciente en las horas crepusculares de la noche, y emergen de esa oscuridad un laberinto indefinido de surcos, donde las imágenes se funden unas con otras dejando las más de las veces inconcluso el relato que yace en esa incoherencia que desplaza toda lógica. Es un espacio abierto en que puedo sumergirme y tratar de navegar por un inmenso río sin límites definidos, en donde surgen las cabezas de monstruos subterráneos que interceptan mi andar para querer devorarme, mientras un sentimiento de terror me arranca de los soportes de un cuerpo enteramente rígido que quiere huir y no puede hacerlo porque lo impide una parálisis de músculos encogidos que no responden a los mandatos de la mente.¡Ah que liberación, cuando la situación onírica cambia y todo se resuelve en otra atmósfera ahora densa poblada con otros rastros de imágenes que señalan otras historias! Un inmenso reloj hace su aparición sin las manecillas que marquen las horas que se hunden en la arena de un inmenso desierto en el que vagabundeo sin tener un rumbo fijo que seguir y donde ya no se manifiesta ninguna cosa porque han sido alzados por un impetuoso viento que se ha transformado en un vigoroso tornado y que amenaza con llevarme también en su atropellada agitación. Y así sin orden, no estando sujeto al espacio y al tiempo las imágenes se suceden unas a otras, dispersándose en una asociación libre sin intervención de la atención, ni de la voluntad en ese cosmos fantasmagórico que queda sujeto las más de las veces al olvido o bien cuando al despertar me reintegro súbitamente a ese estado de conciencia que llamo real y desde esa óptica trato de interpretarlo con ese instrumento que se llama “razón”, tropezando con las resistencias oscuras de los fundamentos, que dicen revelarse en la reflexión científica, pero que descubro sigue siendo ese mundo oculto, sólo entrevisto como un enigma por el pensar poético.

Jorge Ribaud

INSPIRACION


Era ya tarde en la tarde, el entró en la habitación y se sentó frente a una hoja en blanco. Tomó un lápiz, afiló la punta, lo montó en posición de ataque; y se dispuso a capturar una idea para dibujarla en el papel.

Pasaron por su mente, una tras otra, escenas de su vida.

Pero, ¿Fueron sueños, lo imaginé o realmente sucedió? (se pregunto con imperceptible movimiento de labios) Vaciló por instantes y finalmente se respondió: - Bah! todo es igual, todo me golpea igual, Y recordó de no sabía quién: “Vivir, vivenciar todo es ilusión”. Se inclinó sobre su blanco, armado del presto arpón, apoyó sus codos en la mesa y reposó su frente en la palma de la otra mano abierta. Sus ojos iban y venían sobre la nada, ronroneó algo en forma gutural y de pronto escribió una “A” (imprenta y mayúscula) – Aaaaa! Dijo como si fuera una exhalación – A...? intentando interrogar la letra solitaria y muda. AA...! le lanzó sentencioso. Pero luego la soltó y la dejó flotar, -Aaaaa! Y al terminar su vuelo, regresó con una aspiración al final – Aaaaaz! Volvió a lanzarla al aire, pero con más gravedad – Aaaaazzz! Y prolongó el sonido hasta que se perdió en el espacio, como una brisa, como un silbido apagado; y por fin escribió PAZ.
Y nuevamente se entregó a la frecuencia de onda del fonema – Paaaz!

Soltó amarras de su pensamiento y navegó por un lago que situó al sur. Un mar en quietud, laxas y espumosas olas golpeando sobre las piedras.

Paz... nubes arropando al sol, que se recuesta tras los picos engalanados de encajes, en un largo bostezo de atardecer.

Paz... árboles, refugios bulliciosos para los alados habitantes del cielo.

Paz... Movió su mano y añadió a aquella palabra que permanecía inmóvil e indefensa, en la cabecera derecha de la hoja: “ eres plenitud; y plenitud es contento; y contento y plenitud es felicidad” (Punto y final)

Meditó, entonces, -¡sí! es tan simple, Paz es la cara de la felicidad. Es principio y fin de todo goce, es armonía para vivir con los otros y consigo mismo, es salud desde adentro hacia fuera,... es el acto final del drama del amor.

Se levantó satisfecho con esos dos renglones y salió a la calle paladeando la vibración, la dulzura y la musicalidad de la palabra PAZ.

Silvia Patón

Escena infantil


Puso la cesta sobre la mesa, y el niño la miró con curiosidad insana, apoyándose en una de las sillas de enea.
-¿Qué es, qué es?- preguntó intentando divisar lo que la cesta contenía.
-Ya lo verás- respondió la madre paciente.
El niño metió la mano en el interior de aquel objeto de mimbre; la madre lo observó y quedó expectante unos segundos.
-No hay nada. ¿Lo ves?
El niño frunció el entrecejo sacando la mano: estaba decepcionado.
-Es una caja- sentenció con un gesto de desprecio.
Sonriendo, la madre desveló su duda. Sacó la caja de cartón y la puso sobre la mesa. Inmediatamente después, la abrió y le entregó su contenido a aquel pillastre de ocho años.
-¡Un libro!- exclamó sorprendido a la vez que entusiasmado por su descubrimiento.
Efectivamente, era un libro, un libro de cuentos maravillosos y únicos.
El rostro de aquel muchacho se llenó de ilusión mientras sus mofletes se coloreaban de un rojo amapola indefinible. Tomó el volumen y corrió a leerlo en la soledad de su cuarto.

Maximiliano García

del libro "LA POESÍA QUE TENÍA OLVIDADA ENRAMADA EN LAS PROSAS DE ALGÚN CUENTO"


El calor del escándalo. Su madre no deja que me aproxime. Mejillas rosas, sonrisa simple, afable. Cuerpo excelso, combinaciones que puedan desconcentrar al hombre. Así pasea como ingenua con sus contornos, con sus gracias, con los moldes de lo que se quiere. Sus diecinueve años, demasiada vehemencia incubada en un diamante. Perspicacia, desfachatez. Escribir las paredes con frases como la ventana del alma. Las calles han transcurrido su vida. La madre no le pierde pisada. El instinto animal de hembra madre tan concentrado como atracción, sexo de un macho adulto y hembra joven se posan en la balanza del respeto que deseamos quebrar, desencadenar. Sufren hambres las pausas imantadas de nuestras miradas. Ella embadurnada en la promiscuidad desinteresada en la promiscuidad desinteresada, madura cuando nadie nos ve en esta atmósfera de faunos enramados al arrabal, acicateando un carnaval veneciano quedando acéfalos ante las virtudes de la atracción. La madre, mi vieja conocida percibe causas, efectos, es una membrana infranqueable, y a su vez auspiciosa. Si no fuera por ella nunca nos hubiéramos conocido.





del libro "LA POESÍA QUE TENÍA OLVIDADA ENRAMADA EN LAS PROSAS DE ALGÚN CUENTO" Del tío y la pequeña…


Tanto pasan caminando carreteras sin frenos, intensos bullicios, hermosa Maja subida a una silla expresando frescas incidencias de futuros más allá, dueños de la anti apatía junto al Márquez de fantasías. Se remontan barriletes volando figuras de un caleidoscopio por ojos brillantes, así la lluvia por la madrugada hidrata casi imperceptible al frío, riendo, pidiendo no termine al abrir la puerta, bebiendo las almas, compartiendo complementos, transformados en juglares de sus comedias piensan al teatro de la anécdota en que se ven cómplices. Ahora me miran, me sienten el protector de sus desastres, me están diciendo gracias con cada pestañeo, amante de cada gota que fue rechazada en las nubes, y vienen a bailar al compás de los movimientos shockeantes de sus bocas. Voy a disfrazar mis gestos, estoy disfrazando mis gestos, aniquilado de pensar en rápido. No veo más, simplemente porque se que detener la carrera es morir, y eso es mucho placer para mi. Prendería mil luces para dejar de correr y de correrlos, que también mueran, salgamos del globo donde la muerte no se ve, donde todo es violeta viejo. El resto encontrará la solución cuando el mundo les estalle en la cara y en 1756 pedazos estén todos volando. Nosotros... nosotros mirando desde arriba de nuestras mentes, bajamos la cabeza, sonreímos con desgracia y nos vamos a dormir.



del libro "LA POESÍA QUE TENÍA OLVIDADA ENRAMADA EN LAS PROSAS DE ALGÚN CUENTO"


Un choque vapuleando el final del corredor. Esa marea urbana alada denota un puzzle inalcanzable e in armable. Locos en un rincón con románticas botellas pidiendo perdón son como esmerados mensajeros, como divulgadores de un circo purgante al corazón. Allí se encuentran los deseos agasajándose entre uno y otro. La eterna función en una vida breve empachada de hastío, confusión, ansiedad, visiones de playas en el horizonte de respiros tranquilos de mar, besos, soledades, sexo, desnudos pensamiento al borde de la carpa sentado en la arena, en la fría y húmeda mañana del invierno bajo las mantas en posición fetal. Apenas tapados con la sabana, dormidos, con la mano llena del pecho de ella, con el ventanal iluminando al amanecer. La cama del ring sin golpe, del revolcón animal de cuerpos danzantes ahora en silencio con las muecas sonrientes, orgásmicas, satisfechas. Han atado las patas de la mentira con las botas puestas esperando la subida del nivel del mar. Abren los ojos, se sienten siendo parte de todo aquello que los vio levitar, se acurrucan uno con el otro, se ven, se crean, se quieren, se protegen.




del libro "LA POESÍA QUE TENÍA OLVIDADA ENRAMADA EN LAS PROSAS DE ALGÚN CUENTO"


Impidiendo los propios pasos, la comezón de la cabeza fuerza los riñones en un molesto dolor. Zapatos de payaso en un rincón con la mueca perdida, balbucean palabras esquivando balas sentados en un punto ciego. Es un observador inadvertido de la batalla social. El quiebre de las sonrisas compitiendo, atenuándose, dejando al menor descuido la mirada cautelosa en la próxima jugada. Dejando al costado la suerte y verdad, es un barrido para llegar al avaro donde muere la confianza desvelada por un colchón de espinas. Intensas lágrimas de sangre en la civilización para el muestrario de los siglos, de la historia, aquí y allá, hoy y ayer. La imaginación vale más que la imagen para poder seguir, para poder excluir el paradigma de lo perfecto por el esfuerzo de lo cierto. Miré parado en aquella esquina la figura de un personaje entrañado, me moví cuando aparecen para alcanzar aquel pasajero de la muerte. ¿Sería o no sería? Peor la búsqueda, esa pérfida atrevida viuda de la rutina nos patea adelantándonos con ella, transmute entre los peatones tras esa silueta, parecía no querer alcanzarle por la sensación cual podía despertar. Choque con un estudiante cuando parecí perderla. Volví a localizarle deslizando comprensiones. Era la realidad a quien había visto por el mañoso destino…

Catalina Zentner

ÉL QUIERE


Quiere escribir sus versos un poco a la deriva, sin ramales oscuros ni marcas de tristeza.
Sus sueños simples son, su escritura también. Creen de las cigarras el canto necesario y alguna vez describe su encuentro con sirenas, cierta tarde de marzo en una ignota playa.
Él camina. Sus pasos lo llevan dondequiera y le duele volver.
Hoy su visión enfoca una calle arbolada cruzada por carretas cargadas de hortalizas. Tropieza con un niño que juega a la rayuela. Y luego, en la lumbrera, ve a una muchacha tímida aireando al sol las sábanas que arroparon sus ansias.
Él sabe que no es sueño, que son seres auténticos, sedimentos de un todo, fragmentos de utopías. Que es posible el camino lado a lado, sin prisas, ni ídolos de barro ni dioses antagónicos.
Quiere narrar un cuento dando vuelta la historia pero no sabe cómo ¿Dónde están las palabras que ha perdido el poeta? ¿Dónde se esconde el verde y los pájaros de Trejo?
Yace su mano inmóvil como sobre una tumba y cierra su cuaderno, tal vez hasta mañana.
Entretanto la lluvia revive los helechos y una hilera de hormigas avanza en línea recta.


Los pájaros de Trejo, se refieren al poema de Mario Trejo Los pájaros perdidos, musicalizado por Astor Piazzolla.


ECUACIÓN


Fuiste la incógnita que no supe resolver. Puse en juego mi mejor estrategia, avancé en la tersura del recuerdo para intentar fórmulas que convocasen el hechizo.

Pero te me escondiste entre cifras esquivas y letras diminutas. Y el examen falló en la asignatura que marcó la más aborrecible de todas mis derrotas.

Graciela Amalfi

"Sonó el silbato y la mujer corrió por el andén.
sonó el silbato y ese hombre la observó.
sonó el silbato y... Juntos huyeron por el camino de la locomotora".

Alejandro Laurenza

Juegos del amor


Ella lo miró, y comenzó a soñarlo. Él la miró, y comenzó a soñarla. A través de un cristal consiguieron amarse: sin tocarse las manos, sin un beso siquiera. Y sus corazones sin saber que se anhelaban mutuamente.

El tiempo se disfrazó de hechizo, y los fue uniendo en los brazos de un cielo nacido por ellos y para ellos. Incontables lunas recorrieron su mundo.

Y cuando el laberinto dejó de ser laberinto, jugaron a inventarse. Se elevaron soberbios ante los ojos del otro, irrepetibles. Ella tuvo todo lo que él podía esperar de una mujer. Él se volvió el hombre que ella aguardaba desde niña.

Hasta que un día se encontraron: los ojos brillantes, las sonrisas tiernas, los sueños fundiéndose en uno solo. Hasta que un día se dijeron te quiero, hace tiempo que te quiero, hace tiempo que espero que me quieras.

Hasta que un día (ese mismo día) llegó el fin. El inmenso amor que había sabido unirlos, y que acababa de escapar de las reglas de lo imposible, era tan perfecto que sólo duró un segundo.

Bastó sentirse para darse cuenta de que ya no eran los mismos. O, pensándolo mejor, de que seguían siendo los mismos. Tanto se habían inventado que no lograban reconocerse.

ALICIA SUSANA GÓMEZ

"ROSARITO"


Abrió la puerta del coche y la vio. Reconoció al instante su figura regordeta entre las tres mujerzuelas vestidas provocativamente en la oscuridad de la esquina del Bajo. No parecían las Rubias de New York, pero todas tenían el cabello blondo. Una, de labios carmesí, hablaba profusamente. Otra platinada, con un tapado de piel raído, se palpaba el tacón del zapato completamente distraída. Rosarito, con su desabrigo de antaño, pero vistiendo una pollera tubular ceñida y una blusa dorada, escuchaba atentamente. No se atrevió a permanecer allí: Temió que lo descubriera. Alguna de ellas se acercaría a su Plymounth.

Puso la primera y huyó. Una multitud de sensaciones le impidió continuar. Detuvo el auto en Paseo Colón y San Juan. Del bolsillo interior del saco, extrajo su Ronson, de plata, con las iniciales grabadas, y prendió un Cuarenta y tres. Entrecerró los ojos y recordó:

- Era muy temprano, aquel sábado. La lluvia golpeaba con estruendo. Apenas si alcancé a oir tres aldabonazos. Por el postigo de la puerta cancel se veía una sombra. Abrí. Era ella, peinando trenzas por donde se escurría el chaparrón. ¡Otra chinita!, pensé. No obstante, me pareció cansada y con frío. Le abrí. Se limpió el barro de las alpargatas en la alfombra y la recogió, inmediatamente, escondiéndola detrás del bolsito que sostenía apretado contra su pecho.

- ¿Te mandó el capataz? ¡No me dijo que eras una nena!

- ¡Ya cumplo catorce! - replicó con resolución.

- Casa y comida - contesté, terminante.

- Me basta, ¡gracias, Don!

- ¡Doctor, llamame Doctor; siempre! Dormís en la cocina. Detrás de la heladera hay un catre para armar después de que todos nos hayamos retirado a nuestras habitaciones. En el lavadero está el uniforme. Bien almidonado y limpio lo quiero.

- ¡Sí, señ..., Doctor! Cocino muy bien y limpio como nadie, también sé...

- ¡Calladita! Te quiero calladita. Es lo primero que tenés que saber. Si no, de vuelta al tren...

Y lo bien que aprendió. Elsa podía hacer su vida social con comodidad: Las cenas en el Rotary; la canasta y el té de las cinco, en casa; las veladas del Colón, una por mes, y Rosarito, portándose como la mejor sirvienta que tuvimos.

No sé qué me pasó esa noche. Serían las tres. Mi mujer dormía su eterna migraña. Yo me levanté a tomar un wisky y vi la luz de la cocina. Se escuchaba la música de una ranchera. Sentada en el borde de la silla, mordía una pata del pollo que cenamos, sostenida con la mano. Nunca nadie la había visto comer. El catre estaba abierto, las cobijas bien estiradas. Pero no lo usé. La tabla de la mesa estaba cerca. De su boca, jugosa, no salió un quejido. Sólo recuerdo su mirada fría, golpeando en mi retina. “La negrita está acostumbrada”, me dije.

Al amanecer, se había ido.

Marcos Rodríguez Leija - Nuevo Laredo, Tamaulipas; México

Ana


Ana la llaman, Ana “La Nana”. Cada mañana abraza la danza amarga: alza la casa, lava, plancha.
La carga cansa, acaba. La ama maltrata, paga mal. Ana calla, agachada. La ama, Sara Lara (dama malvada, capataz), la manda a labrar.
Ana acata cansada, labra la granja, amarra las parras, trabaja, trabaja, trabaja... Al acabar, Sara la amarra a la cama. Hasta la mañana la para. ¿A yantar? ¡Para nada!
—¡A trabajar, haragana pagana! ¡A trabajar, zángana!
Ana acata. Cansada, abraza la danza amarga. Al acabar, acaba amarrada.
Ana trama matar a la ama. Al llamarla para trabajar al aclarar la mañana, Ana agarra la pala, ataca sagaz, la mata. Sara sangra. Ana la ata, agarra la pala, cava... Al acabar arrastra a la canalla al parral, a la zanja cavada. Al zamparla, la tapa.
—¡Rata malvada! ¡Larva!
Acabada la zangamanga tramada, Ana “La Nana” va tras la gata, la atrapa, la abraza.
Ana danza sardanas, alaba a Satanás. Satán alaba la hazaña.
Ana danza halagada, canta... canta...


Dios

Dictador de doctrinas, detentador, Dios dice: “¡Discípulos, dadme dinero, derramad dádivas dignas de Dios!”
Decepcionado, Don Diablo, decente decano de demonios, decisivo dice: “¡Dios, deja de defraudar discípulos!”
Disgustado, Dios desafía: “¡Defiéndete Diablo!”
Defensivo, Don Diablo dice: “¡Desvergonzada deidad decadente, deja de delinquir! ¡Demuéstranos dignidad! ¡Déjate de discursos disparatados! ¡Danos democracia!”
—¡Diablo..! ¡Déjate de diatribas! —Dios, desatado, desenfunda... dispara...
Don Diablo, desfallece dolorido.
Dios, deidad divina disfrazada de diablo, desmoralizado determina desenmascararse.

La caja de recuerdos

Al abrir el baúl del abuelo despertamos un animal prehistórico dormido en el tiempo; habló de sí nuestra ascendencia desde fotografías en blanco y negro; se dispersó en el aire el aroma de un siglo pasado y el viejo olor a lavanda de un pañuelo; un celuloide disparó el breve pasaje de una guerra jamás documentada por la Historia; una brújula remarcó las rutas que desaparecieron bajo nuestro paso; floreció un clavel entre las hojas secas de un diario de viaje; y los dragones rojos que de niño dibujó el abuelo salieron volando de un cuaderno.

Raúl Brasca

EL POZO

Hacía tres minutos que cavaba en la arena cuando el pozo le tragó la palita. Desconcertado, el chico miró a la madre. La mujer lo vio hundirse, corrió, alcanzó a tomarle las manos aterrada, y se hundió con él. Los otros bañistas aún no habían reaccionado y el pozo ya devoraba una sombrilla. Se miraron con estupor, vieron que ellos mismos convergían hacia allí, y por un instinto soterrado desde siempre que se acababa de revelar, intuyeron que no podían salvarse. Era tan natural como el ocaso: el mundo se revertía. Muchos trataron de huir, despacio, con la misma aprensión sin esperanza de los animales que buscan esconderse de la tormenta. Pero la arena se deslizaba más rápido y todos terminaron cayendo mansamente. A su turno, se derrumbaron en el pozo casas, ciudades, montañas. Del mismo modo que la mano invisible da vuelta la manga de una camisa, una fuerza poderosa arrastraba hacia adentro la piel del mundo poniéndolo del revés. Y cuando los últimos retazos desflecados de mares y tierras fueron engullidos, el pozo se consumió a sí mismo. No dejó siquiera un hueco fugaz en el espacio, tan sólo quedó el vacío, homogéneo y silencioso, la inapelable evidencia de que el mundo había sido el revés de la nada.

Héctor Cobas, Miramar, Argentina

EL CÍRCULO MISTERIOSO


“Todo ser tiene su tiempo” es una máxima para pensarla en profundidad. Viendo una foto, que ocasionalmente había llegado a mí poder, me quedé absorto examinándola, pues me motivaba para seguir profundizando en aquella estampa que se ofrecía impensadamente a mi mirada. Lo primero que vislumbré fue un círculo de material, que me imaginaba era parte de la construcción de una vivienda que eventualmente había quedado abandonada. Tenía una abertura sin puerta de acceso y en su interior se observaba un televisor con su pantalla iluminada. ¿Qué historia de vidas se habrán tejido en su interior? Tal vez perduren en los recuerdos de los personajes que la habitaron o quizás ya murieron, quedando sólo huellas en mentes que ya transitan por otros derroteros. “Todo ser tiene su tiempo” ese dicho del Eclesiastés me da vueltas y más vueltas en mi cerebro. Pero no sólo los humanos contamos con esa dimensión que llamamos “tiempo”. También podemos percibirlo en las cosas que nos rodean y del mismo modo pude distinguirlo en la foto de esa construcción que tenía delante de mis ojos, como una imagen cristalizada en un eterno presente que se hace manifiesto sólo al observador que intente prestarle atención. “Todo ser tiene su tiempo”, “hay un tiempo para reír y un tiempo para llorar”. No tengo la menor duda que los personajes que allí vivieron rieron, lloraron y también habrán imaginados futuros venturosos o espantosos, y tal vez hoy, habitaran otros lugares alejados de esa misteriosa finca, y plasmaran otros sueños, edificados con despojos de otras representaciones igualmente imaginarias. Pero súbitamente me detuve y observé el curso de mi propio pensamiento. Todas estas posibles historias no habían sido nada más que ejercicios fantasiosos de mi mente. Y germinó de improviso esa idea de infinito que es una partición imprecisa del tiempo que descubro en los recuerdos o en las proyecciones que van al futuro, desde un presente también errante, y que no puedo detener en ningún instante de su acontecer, y que permanentemente se me escapan como volutas de humo sin posibilidad de concretarlo, aunque experimento el ponerlo por escrito para que subsista como un sello indeleble y trascienda las evanescentes fronteras temporales. Y nació ante mí el recuerdo de un texto de Salvador Elizondo: “Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía”. Y así me percibí a mi mismo, escribiendo sobre el infinito y el tiempo, inspirado en una foto que fortuitamente había aparecido ante mí, y que sirvió como un itinerario imaginario para que la vieja casona y sus posibles habitantes fantasmales no murieran definitivamente, sino que se recrearan en el pensamiento de otras infinitas mentes, que como espejos reflejen infinitamente sus historias reales o inventadas. Pero eso pertenece a otro ámbito, que ya no interesan al lenguaje poético-literario.